Leyla, 11 años: una sesión mágica entre los últimos rayos de sol

A veces la magia aparece cuando menos la esperas. Con Leyla íbamos corriendo para alcanzar la puesta de sol, sin batería de repuesto y solo dos rayas en la cámara… pero con los últimos rayos y mi 85 mm 1.8, hicimos una sesión preciosa. La luz se estaba yendo, pero Leyla brilló más que ella.

Mari Hondar

9/15/20251 min leer

Hay sesiones que empiezan con prisa… y terminan llenas de magia. La tarde de Leyla, con solo 11 años y una dulzura que ilumina por sí sola, fue exactamente así: espontánea, inesperada y preciosa.

Íbamos apuradas para alcanzar la puesta de sol. El tiempo corría y nosotras también. Pero al llegar, el sol ya se había escondido. Apenas quedaban esos últimos rayos suaves, casi un susurro dorado que se escapa en segundos. Y por si fuera poco, me di cuenta de que la batería de repuesto se había quedado en casa. Solo tenía dos rayas de batería… y ningún margen para fallar.

Respiré hondo, monté el 85 mm 1.8, y decidí confiar: en la luz que quedaba, en mi experiencia y, sobre todo, en Leyla.

Y entonces ocurrió lo que siempre me recuerda por qué amo esta profesión: la magia apareció.

Leyla se movía con esa naturalidad hermosa de la infancia que empieza a transformarse, con una mezcla de ternura y seguridad que hacía que cada gesto contara. La luz tenue la envolvía de forma delicada, creando sombras suaves y un ambiente íntimo, casi cinematográfico.

No hizo falta una puesta de sol completa.

No hizo falta equipo extra.

No hizo falta más batería.

La sesión fluyó con lo que teníamos… y con lo que Leyla irradiaba.

Al final, los minutos fueron suficientes. La luz fue suficiente. Y la historia fue mucho más grande que cualquier contratiempo técnico.

Una sesión que demuestra que, a veces, cuando todo parece en contra, las fotos terminan brillando aún más.